En 1997 se publicó “El Santiago que se fue: Apuntes de la memoria”. El texto reunía nostálgicas crónicas escritas por el investigador César Octavio Müller, más conocido como Oreste Plath. En el prólogo de la publicación póstuma, el escritor describió al libro como “un recorrido por la memoria, recuerdos de la vida literaria de hace cincuenta años, es la memoria del corazón o repertorio de la amistad. Ocurrencias que celebramos en el mesón literario. Conversaciones, diálogos, que se vivieron en restaurantes, bares, salones de té, confiterías, como contertulio o comensal. No juzgo a los compañeros, prefiero comprenderlos. Episodios significativos que se vieron tal como los vi, los oí y de esta manera los recogí”.
Durante el segundo semestre de 2010, luego del bullado Bicentenario, se comenzó a gestar la idea de anticiparse a la memoria a través de un libro que recogiera diversas miradas. El objetivo principal era adelantarse a la nostalgia, presente en los valiosos recuerdos de Plath, bajo la premisa de describir lugares de Santiago que estuvieran, a juicio de cada estudiante de primer año de periodismo de la Universidad de Chile, condenados a desaparecer en los próximos 50 años. Además, cada texto debía contener un final de ficción que relatara el fin del espacio. Ése fue el último trabajo encomendado a los alumnos de la ayudantía del Taller de Redacción Periodística, cátedra dirigida por el periodista Gustavo González.
El resultado de este experimento fue tan diverso como sus redactores. Plazas, cerros, edificios históricos, barrios, canchas, locales, clubes, liceos, lagunas, centros culturales, estadios, radioemisoras y estaciones forman parte de este conjunto de lugares declarados, arbitrariamente, en peligro de extinción.
Santiago de los viejos extremos
La diversidad esbozada en los párrafos precedentes se materializa a través de textos insertos en lugares distantes entre sí. Uno de ellos es un edificio ubicado en el sector menos conocido de Ñuñoa. Catalina Moya recoge la historia de la 33° Comisaría de Carabineros de Chile. En ese espacio funcionó, hace un par de décadas, un colegio inserto en el esplendor de la educación pública chilena. Luego del Golpe Militar de 1973 el establecimiento pasó a convertirse en un cuartel policial. “Harto cariño le había tomado la gente a los carabineros, hasta los mismos traficantes eran amigos de ellos. Incluso en la población se formaron algunas familias con padre policía. Ése fue el problema, cuando la gente pobre se encariña con algo, vienen y se lo quitan”.
Sólo a un par de cuadras de la comisaría se ubica la Villa Olímpica. Daniela González da cuenta del tránsito que ha sufrido el emblemático barrio, recordando los gloriosos años del Mundial de Fútbol de 1962 (en el que Chile obtuvo un recordado tercer puesto). Hoy, dice el texto, “ya no queda ningún jugador profesional para dar cátedra deportiva, sólo profesionales que dan cátedra sobre la caña”.
Donde aún existen las cátedras deportivas es en el histórico Estadio Nacional, ubicado a un costado de la Villa Olímpica. Felipe Guerra plantea que “el 'coloso nuñoíno', como le llaman algunos periodistas, es un fiel reflejo de la sociedad actual. Está divido en muchos sectores, los que se reparten de acuerdo a quien oferte más”. Bajando por avenida Matta llegaremos a “Colmo burgués”, relato en el que Santiago Valdés cuenta cómo se divide el acceso a las dependencias del Club Hípico de Santiago. “Entre el camino y la pista, en la grada de los 500 pesos, hay una baranda que no supera el metro y medio. En cambio, en el sector de las gradas de 300 pesos el espacio es separado con una reja de algo más de dos metros”.
Arriba en la cordillera, como en la canción de Patricio Manns, se encuentra la desconocida Laguna del Franciscano. Este atractivo natural es descrito detalladamente por Alexander Burchardt: “Las travesías solamente se pueden hacer en los meses de verano, pues el potente invierno que azota la cordillera desata un embrujo que hace morir la laguna durante el invierno, paralizando durante seis meses toda la alta montaña”.
La mayor parte de la historia de la capital se ha desarrollado alrededor del centro histórico establecido por los conquistadores a mediados del siglo XVI. El sector de la Plaza de Armas no podía estar ausente en nuestro itinerario de viaje.
Francisca Casanova recogió la historia de una añosa “sombrerería” que funciona hasta hoy. “Corría 1922 cuando la familia González adquirió una marioneta mecánica parisina. Se trataba de un simpático muñeco vestido de botones con un bastón que golpeaba. Los locatarios decidieron ponerla adentro del escaparate de tal manera que cada vez que el muñeco moviera su bastón éste golpeara la vitrina que daba a la calle. El furor fue inmediato”.
El lector podrá aprovechar el viaje a la tienda del monito y devolverse unas cuadras hasta el lugar que fue conocido, al igual que en España, como Plaza Mayor. Desde ese punto podrá ingresar en el relato de Óscar Alarcón, quien relata las primeras visitas de un niño que descubre el Paseo Ahumada junto a su padre. “Notará que la gente corre, comerá cosas distintas, se encontrará con un ajetreado tráfico de automóviles y buses que jamás esperará ver en su pueblo. Observará que las personas son distintas y llegará comentando que sus habitantes perdieron el brillo de su vida. Incluso la capacidad de sorprenderse”.
Al finalizar el paseo notará un gran edificio amarillo y, detrás de éste, una grisácea construcción. Se trata del Instituto Nacional, el establecimiento educacional público más antiguo del país. Otro de ellos, ubicado más hacia el poniente, es el Liceo de Aplicación. Roberto Rubio, ex alumno del colegio, sentencia: “El Liceo de Aplicación está muerto. Es un cadáver arquitectónico en descomposición ubicado en el centro de Santiago. Sus dos edificios, Cumming 21 y Cumming 29, observan impávidos cómo el resto de la ciudad se desarrolla mientras ellos continúan ahí, simplemente siendo parte del paisaje”.
Pero Santiago no es Chile, ni el centro es Santiago. Desde El Bosque, Javiera Yáñez recoge la historia de dos hombres que comparten el nombre, el apellido y el amor por el moribundo oficio de la zapatería. “Si decido dedicarme a trabajar los fines de semana aparte del trabajo en la semana, tendré que buscar una pega que me sirva, que me sea útil en términos de plata. Mi familia tiene que estar primero y las deudas no se pagan con recuerdos, por mucho que eso duela”, cuenta Sergio Sepúlveda hijo.
Finalmente, en honor a la integridad de los 30 textos, llegamos a una cancha rayada (de risas). Sebastián Vera recuerda con nostalgia las calles donde creció como “un lugar de barrio, cotidiano, donde los hogares se encuentran a poca distancia del sitio. La gente, las familias, en general todos se conocen, quizás no profundamente, pero encontrar una cara desconocida rondando la plaza o caminando por la calle, hace pensar enseguida en que ese individuo está de paso”.
Concluyo estas líneas manifestando mi agradecimiento a los autores por su trabajo en el hallazgo de estas historias, a Nicole Cardoch por su animosa corrección de pruebas, a Patricio Ibarra por su colaboración en el diseño y a los profesores Gustavo González y Alejandro Morales por su compromiso con la concreción de este libro.
Es de esperar que estas páginas contengan 30 estimaciones equivocadas de desaparición urbana. Pero ante la incertidumbre, no está de más dejar constancia.
Durante el segundo semestre de 2010, luego del bullado Bicentenario, se comenzó a gestar la idea de anticiparse a la memoria a través de un libro que recogiera diversas miradas. El objetivo principal era adelantarse a la nostalgia, presente en los valiosos recuerdos de Plath, bajo la premisa de describir lugares de Santiago que estuvieran, a juicio de cada estudiante de primer año de periodismo de la Universidad de Chile, condenados a desaparecer en los próximos 50 años. Además, cada texto debía contener un final de ficción que relatara el fin del espacio. Ése fue el último trabajo encomendado a los alumnos de la ayudantía del Taller de Redacción Periodística, cátedra dirigida por el periodista Gustavo González.
El resultado de este experimento fue tan diverso como sus redactores. Plazas, cerros, edificios históricos, barrios, canchas, locales, clubes, liceos, lagunas, centros culturales, estadios, radioemisoras y estaciones forman parte de este conjunto de lugares declarados, arbitrariamente, en peligro de extinción.
Santiago de los viejos extremos
La diversidad esbozada en los párrafos precedentes se materializa a través de textos insertos en lugares distantes entre sí. Uno de ellos es un edificio ubicado en el sector menos conocido de Ñuñoa. Catalina Moya recoge la historia de la 33° Comisaría de Carabineros de Chile. En ese espacio funcionó, hace un par de décadas, un colegio inserto en el esplendor de la educación pública chilena. Luego del Golpe Militar de 1973 el establecimiento pasó a convertirse en un cuartel policial. “Harto cariño le había tomado la gente a los carabineros, hasta los mismos traficantes eran amigos de ellos. Incluso en la población se formaron algunas familias con padre policía. Ése fue el problema, cuando la gente pobre se encariña con algo, vienen y se lo quitan”.
Sólo a un par de cuadras de la comisaría se ubica la Villa Olímpica. Daniela González da cuenta del tránsito que ha sufrido el emblemático barrio, recordando los gloriosos años del Mundial de Fútbol de 1962 (en el que Chile obtuvo un recordado tercer puesto). Hoy, dice el texto, “ya no queda ningún jugador profesional para dar cátedra deportiva, sólo profesionales que dan cátedra sobre la caña”.
Donde aún existen las cátedras deportivas es en el histórico Estadio Nacional, ubicado a un costado de la Villa Olímpica. Felipe Guerra plantea que “el 'coloso nuñoíno', como le llaman algunos periodistas, es un fiel reflejo de la sociedad actual. Está divido en muchos sectores, los que se reparten de acuerdo a quien oferte más”. Bajando por avenida Matta llegaremos a “Colmo burgués”, relato en el que Santiago Valdés cuenta cómo se divide el acceso a las dependencias del Club Hípico de Santiago. “Entre el camino y la pista, en la grada de los 500 pesos, hay una baranda que no supera el metro y medio. En cambio, en el sector de las gradas de 300 pesos el espacio es separado con una reja de algo más de dos metros”.
Arriba en la cordillera, como en la canción de Patricio Manns, se encuentra la desconocida Laguna del Franciscano. Este atractivo natural es descrito detalladamente por Alexander Burchardt: “Las travesías solamente se pueden hacer en los meses de verano, pues el potente invierno que azota la cordillera desata un embrujo que hace morir la laguna durante el invierno, paralizando durante seis meses toda la alta montaña”.
La mayor parte de la historia de la capital se ha desarrollado alrededor del centro histórico establecido por los conquistadores a mediados del siglo XVI. El sector de la Plaza de Armas no podía estar ausente en nuestro itinerario de viaje.
Francisca Casanova recogió la historia de una añosa “sombrerería” que funciona hasta hoy. “Corría 1922 cuando la familia González adquirió una marioneta mecánica parisina. Se trataba de un simpático muñeco vestido de botones con un bastón que golpeaba. Los locatarios decidieron ponerla adentro del escaparate de tal manera que cada vez que el muñeco moviera su bastón éste golpeara la vitrina que daba a la calle. El furor fue inmediato”.
El lector podrá aprovechar el viaje a la tienda del monito y devolverse unas cuadras hasta el lugar que fue conocido, al igual que en España, como Plaza Mayor. Desde ese punto podrá ingresar en el relato de Óscar Alarcón, quien relata las primeras visitas de un niño que descubre el Paseo Ahumada junto a su padre. “Notará que la gente corre, comerá cosas distintas, se encontrará con un ajetreado tráfico de automóviles y buses que jamás esperará ver en su pueblo. Observará que las personas son distintas y llegará comentando que sus habitantes perdieron el brillo de su vida. Incluso la capacidad de sorprenderse”.
Al finalizar el paseo notará un gran edificio amarillo y, detrás de éste, una grisácea construcción. Se trata del Instituto Nacional, el establecimiento educacional público más antiguo del país. Otro de ellos, ubicado más hacia el poniente, es el Liceo de Aplicación. Roberto Rubio, ex alumno del colegio, sentencia: “El Liceo de Aplicación está muerto. Es un cadáver arquitectónico en descomposición ubicado en el centro de Santiago. Sus dos edificios, Cumming 21 y Cumming 29, observan impávidos cómo el resto de la ciudad se desarrolla mientras ellos continúan ahí, simplemente siendo parte del paisaje”.
Pero Santiago no es Chile, ni el centro es Santiago. Desde El Bosque, Javiera Yáñez recoge la historia de dos hombres que comparten el nombre, el apellido y el amor por el moribundo oficio de la zapatería. “Si decido dedicarme a trabajar los fines de semana aparte del trabajo en la semana, tendré que buscar una pega que me sirva, que me sea útil en términos de plata. Mi familia tiene que estar primero y las deudas no se pagan con recuerdos, por mucho que eso duela”, cuenta Sergio Sepúlveda hijo.
Finalmente, en honor a la integridad de los 30 textos, llegamos a una cancha rayada (de risas). Sebastián Vera recuerda con nostalgia las calles donde creció como “un lugar de barrio, cotidiano, donde los hogares se encuentran a poca distancia del sitio. La gente, las familias, en general todos se conocen, quizás no profundamente, pero encontrar una cara desconocida rondando la plaza o caminando por la calle, hace pensar enseguida en que ese individuo está de paso”.
Concluyo estas líneas manifestando mi agradecimiento a los autores por su trabajo en el hallazgo de estas historias, a Nicole Cardoch por su animosa corrección de pruebas, a Patricio Ibarra por su colaboración en el diseño y a los profesores Gustavo González y Alejandro Morales por su compromiso con la concreción de este libro.
Es de esperar que estas páginas contengan 30 estimaciones equivocadas de desaparición urbana. Pero ante la incertidumbre, no está de más dejar constancia.
Nicolás Rojas Inostroza
Ayudante de las cátedras de Redacción Periodística y Taller de Redacción Periodística
Instituto de la Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile
Otoño de 2011
Ayudante de las cátedras de Redacción Periodística y Taller de Redacción Periodística
Instituto de la Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile
Otoño de 2011